Eduardo Amadeo (al centro); a la izquierda, Nicandro Castillo y, a la derecha, Rafael Perrotta Bengolea.
En Septiembre de 1975, Isabel Perón nombró ministro de Economía a Antonio Cafiero, con quien yo tenía una vieja amistad, pues había llegado al Peronismo de su mano en 1969. No tengo que recordar la situación de la economía del país en ese momento. Entre muchas otras situaciones críticas, la de balanza de pagos era desesperante: el país tenía comprometida su capacidad de importación por falta de divisas. Fue por ello que Cafiero decidió que era necesario lograr financiamiento internacional, utilizando algunas facilidades financieras que tenían en ese momento el FMI y el Banco Mundial. Así que armó una visita a Washington , acompañado no sólo de su equipo, sino también de empresarios y sindicalistas, para demostrar el apoyo político con el que contaba el Gobierno de Isabel a través del Pacto Social.
Cacho Perrotta, con quien yo tenía una relación fraterna, pues había sido compañero de colegio de Rafael, su hijo, me pidió que acompañara a Cafiero como corresponsal. Yo ya había escrito algunas cosas sueltas para el diario, pero nunca había tenido semejante responsabilidad.
La experiencia fue fantástica, con mil historias, algunas de ellas dramáticas, otras casi graciosas, pero todas impregnadas de la enorme crisis que sufríamos y de la enorme voluntad de todos por superarla, remando contra la corriente. He tenido la suerte de guardar todos los telex que intercambié en esos días con Cacho y con Jorge Riaboy, quien era secretario de Redacción del diario, en los que además de mi reporte diario, hay jugosísimos diálogos entre Washington y Buenos Aires, teñidos de ansiedad .
Contaré 3 de las historias:
1) Cafiero llegó a Washington e inmediatamente pidió una entrevista con las mayores autoridades del FMI y el Banco Mundial. Pero le contestaron amablemente que antes debía hablar con las autoridades del Tesoro. Fue para el Tesoro, y allí le dijeron que sería posible pensar en un paquete para la Argentina, pero que antes debería hablar con el Departamento de Estado, donde le plantearon las preocupaciones por la situación política y otras cuestiones, incluyendo la relación de nuestro Gobierno con Cuba, Rusia y en general la posición antinorteamericana del Gobierno. Cafiero trató de manejar la relación con la mayor diplomacia, pero sintió la presión política y la dificultad para contestar todo, porque lo apretaban duro y además tenía que manejar las relación con empresarios y sindicalistas. Era un juego permanente de gestos de solidez política interna, aunque todos sabíamos que con poco sustento real, pues la economía y la política se nos iban de las manos. Un día le pregunté cómo andaba la cosa, y me dijo: “Cuando me terminen de pasear (por los despachos norteamericanos), lo voy a saber”. No recuerdo si consiguió todo lo que quería, pero sí recuerdo que las cifras en danza eran mínimas, lo que marcaba el tamaño del drama argentino. Con menos de u$s 100 millones, nuestro país salía cómodo del problema.
2) La delegación argentina sentía que, en términos políticos, corría con tiempo de descuento. Casildo Herreras me preguntaba a cada rato “sabes algo nuevo, pibe?”, y su principal preocupación era saber si era cierto que Isabel tomaría licencia, y qué iba a hacer Lorenzo Miguel, de quien se decía que tambien se tomaría una licencia.. Cada diálogo con Cacho por telex, tenía una larga introducción de chismes que yo usaba para pasar luego a los amigos, aunque pocos eran alentadores, pues flotaba el aroma del golpe.
3) Pero lo más sabroso fue que yo me enteré, sobre el final de la misión, que estaba habiendo una negociación paralela con Fidel Castro para tratar de conseguir financiamiento arabe o ruso para nuestro país. La negociación la había abierto Jorge Antonio, la llevaba en La Habana nuestro Embajador Torcuato Sozio (cuñado de Guido Di Tella) y – para mi sorpresa- Cacho Perrotta estaba enterado y muy activo en el tema. Todo saltó cuando, en un telex , Cacho me pidió que le pasara un mensaje críptico a Antonio, donde decía que “el hombre de la Isla los espera”, lo que obviamente tenía que ver con una escala de alguien hacia Cuba. Cuando le pasé el mensaje a Antonio, se molestó mucho y me dijo: “Y usted qué carajo se mete en esto??”. Le contesté que yo no me metía en nada, que sólo le pasaba el mensaje de Cacho, a lo cual reiteró: “Y Perrotta que carajo se mete?”. Después, en Buenos Aires, me enteré que era un mensaje del Embajador de Cuba en Buenos Aires, quien pidió a Cacho que actuase de correo a través mío, por miedo a las filtraciones.
Vista la reacción de Antonio, los mensajes siguieron por otro lado, y luego alguien de la delegación fue a Caracas y de allí a La Habana, aunque creo que no se consiguió nada. Yo le pregunté luego a Antonio cómo seguía la cosa, pero me contestó poniéndose el índice frente a los labios en señal de silencio y allí paró mi curiosidad periodística. Años después, me confirmó que efectivamente había habido algo, que era un paquete donde se combinaban financiamiento para importaciones de petroleo, dinero en efectivo y demás, pero que nada se concretó.
4) Yo volví a Buenos Aires separado de la delegación. Cuando llegué a Ezeiza, y le conté al oficial de Aduana qué había estado haciendo, me miró y me preguntó: “¿Salimos?”. No me acuerdo qué le contesté; pero sí recuerdo que, 27 años después, siendo vocero Presidencial, acompañé a Jorge Remes en su primer viaje a Washington, el 12 de Febrero de 2002, en lo peor de la crisis. Fue un viaje dramático, en un momento que muchos argentinos recordarán. Cuando volvimos, nos fue a buscar a la puerta del avión un oficial de Migraciones. Mientras caminábamos hacia la salida, este Sr me miró fijo a la cara y me preguntó: “¿Salimos?”.
Eduardo Amadeo
2009-01-30
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