2008-12-01

Con las manos doloridas de tipear

Me remonto a 20 años y algunos meses atrás cuando entré para dar la prueba de tipeo en el edificio de la calle Alsina. Atippis estaba sentado en la titulera; José López me tomó la prueba y mis manos temblaban copiando un original viejo.

Ahí comenzó mi historia dentro de El Cronista. Una fila doble de máquinas donde se transcribían las notas sentados uno tras otro con una canasta llena de originales para tipear (recuerdo haberme ido con las manos doloridas). Luego las pasábamos por una ventanita y Beba, María Gabriela y muchos otros correctores que no recuerdo corregían las notas. Una vez revisadas pasaban por nuestras manos de nuevo y después iban hacia arriba con el carrito para el armado. Así era en Alsina.

Teníamos una cocina donde se calentaba agua para los termos y que llevábamos al subsuelo, donde trabajábamos. Recuerdo que una vez me mandaron a buscar saquitos de té, mate cocido y azúcar y allí estaba Néstor Dalla Pozza.

Luego nos mudamos a Honduras; el taller era grande estábamos todos juntos. Éramos menos, pude conocer a la gente de todos los turnos, y a la redacción. Allí sí que teníamos también mucho trabajo de tipeo, pero era más ágil porque la tecnología fue cambiando. Creo que en Alsina éramos 50 personas pero fue bajando paulatinamente porque ya tipeaban los periodistas en red, como ahora, y sólo armábamos las páginas.

Teníamos un nuevo gerente de producción, Donini. ¡Qué personaje! En el taller siempre tenía que haber entre 15 y 18 grados; en verano era un placer llegar a trabajar. Un día se cortó el aire acondicionado y las procesadoras del material fotográfico no funcionaban sin frío. Para paliar la situación, nos trajeron dos turbos distribuidos de tal manera que había mucho viento. Emilio entró a dar directivas a José López o Rosana y se le desarmó el peinado que se hacía para tapar lo que el tiempo se había llevado. Con una mano en su cabeza dijo: “Ma’ me voy de aquí” y hasta que no se arregló el aire no entró más al taller.

También me acuerdo de Juan Emmanulidis que trabajaba en Sistemas y llevaba su celular colgado del bolsillo. Rubén y José, mis jefes, siempre le hacían bromas. Un día sacaron los tubos de los teléfonos y se los colgaron para cargarlo.

Teníamos siempre mucho trabajo, pero nos divertíamos muchísimo a tal punto que se nos había ocurrido hablar con la sílaba che y a todas las palabras le cambiabamos las letras, era un desastre…

Elsa Leiva se sentaba a mi lado, Tango al otro, Prone, Rubén que hacía la tapa y José que iba y venía. Fumábamos, cuando no se podía en la empresa, solamente en ‘el fumadero’. Cuando se cerraba la página de Espectáculos que hacía Jorge Dubati y venía a corregirlo era un placer escuchar los delirios de Rubén, Jorge y José, al mejor estilo Olmedo y Portales, las chanzas. Siempre teníamos de quién y por qué reírnos. A veces de la redacción o de diagramación no querían venir porque se iban creyendo que nos reíamos de ellos. A veces era verdad y a veces no.
A Abel Rodríguez, lo secuestrábamos cuando llegaba a cerrar su suplemento de Agro porque nos contaba sus cuentos y las risas nuestras se escuchaban de todos lados. Alicia Alemian venía a traer originales corregidos a propósito para que le hicieran algún chiste o simplemente para divertirse un rato.






Ahora sólo somos seis del taller; todo ha cambiado. La gente con muchos años en la empresa somos muy pocos, hay caras nuevas, gente nueva. Todo cambia y aquí seguimos…

Mónica Basualdo es maquetadora, trabaja en El Cronista desde 1988.


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