2008-11-20

Carta de una hija



Rubén Atippis, jefe de Preimpresión y el empleado con más antigüedad en el diario. La foto es de 1975 y fue tomada en la redacción de Balcarce. La cinta de esa máquina contenía el texto que era escrito por los tipeadores. Reconstruía las líneas y luego las imprimía, para que terminaran siendo pegadas en las hojas de diagramación. Esta fotografía fue exhibida en una proyección de la película 'La aventura de El Poseidón', que El Cronista Comercial había auspiciado. Haga click en la foto para ampliar




Con ojos de niño


Detrás de 'La manzana de las luces', en una de las callecitas angostas de la ciudad, nacen mis recuerdos tras pasar la puerta antigua casi siempre abierta. Este ya era el segundo edificio en que El Cronista Comercial moraba, pero dados mis cortos cuatro años no recuerdo el primero.

La emoción de todo niño es un día en el universo del trabajo de sus padres. Y como no, si éste ofrecía grandes máquinas de las que salían larguísimos papeles y extraños televisores con letras de colores en la pantalla a los que le colocaban angostas radiografías caladas que lograban hacerle cumplir una función que yo desconocía , así conocí las primeras computadoras. Una larga mesa llena de hojas gigantes a las que papá con esmero les pegaba letras y recortes que habían tipeado las muchas personas que circulaban en la sala. Un carrito rojo que subía y bajaba por unas roldanas lleno de papeles, de vez en cuando desviaba mi atención. A un costado un cuarto que siempre estaba obscuro lleno de bidones con líquidos raros que transformaban papel en fotos, al que papá avisaba al entrar, y del que mamá solía rezongar pues dejaba marcas en algún pantalón que el tiempo quitaría jamás.




Al pasar los años se sumaba tecnología, se restaban personajes, se mudaban de lugar. Más lejos de casa, más cerca, papá seguía con su dedicación aprendiendo y utilizando al máximo sus ojos de exquisito para que no haya error, esperando el llamado al final de la jornada para apagar el monitor y regresar a casa, pasada siempre la media noche.

Es increíble, pero desconozco la caligrafía de mi padre; al ver la edición impresa siempre parece que su letra es la que está allí, es donde siempre lo he visto escribir y mi mente la asocia como si tal.

En mi juventud, luego de mis paseos por la capital, iba hasta el diario para regresar a casa con él y recuerdo noches dónde fallaba la tecnología, la fibra óptica no quería transmitir, sin motoristas a esas alturas de la noche, salíamos entre rezongos y desesperación con la película de las páginas a toda velocidad derecho al taller de impresión al otro lado de la ciudad. Creo que hoy más de uno ha de enterarse de la hazaña que lograba poner la edición en la calle. Y así alguna noche esperé aún más en el taller sus idas y vueltas, por no querer arriesgar mi vida en la corrida automovilística contra el reloj. Y siempre pensaba que nadie imaginaba que todo esto fuera posible al ver El Cronista en la parada, y tal vez más de una de las personas que han hecho este diario a través de los años se entera en este preciso momento.

Dedicación, responsabilidad, esfuerzo, humildad y nobleza, son los valores que aprendí de observar esos inolvidables días que compartimos; hoy, junto a mi pequeño hijo que ve puertas grandes de vidrio y muchas computadoras, seguimos compartiendo este universo que deseo trascienda en él.




Ya tres generaciones y ahí sigue como el primer día, con la experiencia de aliada y una gran recompensa que ha sido el reconocimiento inesperado que El Cronista le dio, es más de lo que un sueño en este sensible momento de nuestras vidas, pinta nuestro espíritu de profunda emoción.

Romina Atippis

PD: (siempre representaste mi más grande orgullo)

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