Sí, yo trabajé en la redacción de El Cronista entre 1990 y 1992. Viví esa esquina de Honduras y Bonpland, en el bar de Julio (que descansa en paz, entre sanguches de jamón serrano y cortados en vaso) y un Palermo que todavía y por suerte simplemente era Palermo.
Llegué un día recomendado por Carlos Dibar y tuve una imperdible charla de bienvenida con Eduardo Eurnekian (después supe que todas las charlas con él eran imperdibles). Él me puso a los órdenes de Orlando Barone, director de la sección de espectáculos, que me sentó junto al querido Marcelo Fernández Bitar. Durante esos dos años aprendí a ser de todo un poco: cronista urbano, escritor ingenuo de cuentos porteñistas, entrevistador de tangueros de estirpe, director de programación de la radio Aspen por unas horas o jefe de sección a los 21 años!. En fin, gracias a la filosofía sui generis que se respiraba en el diario todo podía pasar.
Tengo los mejores recuerdos de esos tiempos y siento que son momentos y situaciones que ya no volverán, que, como decía al comienzo, estaban más cerca de las antiguas redacciones del periodismo literario argentino y de los cierres freneticos de humo, tinta y café que de las empresas actuales de tarjeta a la entrada y la salida.
Aún frecuento a grandes amigos de aquellos tiempos (Fernandez Bitar, Diego Jaimovich y Gedalio Tarasow, más conocido como el "Venerable presidente") y hay nombres que viven en mi recuerdo y agitan mi memoria: Nik, Alberto Farina, Guillermo Stein, Federico Reca, Carlos Algeri, Quique del taller, Raul Perrone, Jorge Fernandez Díaz, Julio Grinblatt, Villa y Charly de
diagramación, Adrian Soria, Elena Moreira, Anibal Maturi y muchos otros.
Para ellos y para toda la gente de ese Cronista de la calle Honduras, mi reconocimiento y mi abrazo sincero y nostálgico.
Antonio Birabent
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