2009-01-09

Tres botones de muestra



A casi 35 años de mi retiro de El Cronista los recuerdos son algo neblinosos y la perspectiva temporal se trastoca. Lo que ocurrió hace mucho tiempo parece más cercano, y lo más próximo se pierde en la bruma del tiempo.

Sin embargo recuerdo perfectamente el día en que conocí a Rafael Perrotta, aproximadamente en abril del 73. Yo había ingresado al diario a instancias de Roberto Tito Cossa y trabajaba, entre otros, con él y con un grupo de intelectuales notables como Carlos Somigliana y Osvaldo Soriano, ya fallecidos; con Andrés Rivera, Norberto Soares y José María Pasquini Durán en el cuarto piso del viejo edificio de Alsina y Perú, en la sección de Cultura y Espectáculos. En ese reducido espacio con demasiados escritorios se haría dos años después el Suplemento Cultural del diario, que por entonces ya se vendía en los kioscos. El Querandí, ese viejo y hermoso bar que está a una cuadra, era nuestra oficina.

Una tarde en que entraba al diario me tocó compartir el ascensor con Perrotta, quien no me conocía y me lo hizo saber.

-Creo conocer a todos los que trabajan en el diario, pero a usted es la primera vez que lo veo.

-Cierto, porque empecé a trabajar la semana pasada y todavía no nos presentaron.

-¿Y quién lo trajo al diario?

-Tito Cossa

-Ah, muy bien, yo soy Rafael Perrotta. Desde ahora nos tuteamos, porque en esta redacción está prohibido el usted. Y me tendió la mano.

La impresión que me provocó no pudo ser mayor. Hay que ubicarse en época. Perrotta debía tener por entonces entre 55 y 60 años, y yo menos de la mitad. Él era el director del diario y yo, a lo sumo, un proyecto de redactor. Pero nada de eso se notó. El era un hombre afable y educado que estaba conociendo a un empleado nuevo, pero a quien no lo hacía sentir ni empleado ni nuevo.

La primera vez que publiqué una nota firmada en el diario, un par de meses después de haber ingresado, Perrota me llamó para felicitarme. Recuerdo que era una bibliográfica sobre un tomo de cuentos de Jack London que acababa de ser reeditado. Me dijo que por virtud de la nota compraría el libro, ya que no había leído nada de ese autor y le resultaba interesante. Al día siguiente yo le mandé el libro que había utilizado para trabajar, con una nota que decía: “A Jack London le hubiera gustado que usted lo leyera…”

En otra oportunidad compartí un almuerzo en el comedor del diario, del que también participó gente de afuera, algún escritor y varios editores, aunque ya no recuerdo quiénes. Por esos días ni Cossa ni Somigliana venían por el diario. Habían sido obligados a esconderse por una amenaza de muerte de la flamante (e infamante) Triple A.

En un aparte Perrota me pidió que mientras durara la emergencia me hiciera cargo de la sección diaria de Espectáculos y del suplemento cultural, y que se me pagaría el plus correspondiente. Cuando Tito y Somi se reintegraron a la redacción la empresa siguió pagándome el plus que había cobrado durante el interinato, hasta el último centavo y hasta el último día que trabajé en el diario.

Igual que ahora, ¿no? Estas tres pequeñas historias, atípicas en la cotidianidad de una redacción, son botones de muestra para entender por qué quienes trabajamos a las órdenes de Rafael Perrota lo recordamos como un hombre bueno, culto, digno.

Norberto Colominas
Periodista, fue secretario Adjunto de Cultura y Espectáculos de El Cronista Comercial
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