2009-06-08

La hora de la partida












A la izquierda, caricatura de Carlos Menem y Raúl Alfonsín hecha por Raúl Perrone en 1998

A la derecha, foto de Raúl Perrone, 1998



El dibujo fue algo por lo que siempre luché en mi vida. Empecé a dibujar a los 5 años y en forma autodidacta, nunca pude estudiar. Mi meta era dibujar en un diario, pero era muy difícil: o tenía que nacer un diario nuevo o tenía que morir alguien para que un pibe pudiera entrar. Y la primera oportunidad la tuve en El Cronista Comercial.



Trabajaba en la Universidad de Morón e iba a todos lados con una carpeta enorme con mis dibujos, los vio Ricardo Frascara y durante mucho tiempo trabajé gratis, pero hasta cumplía horario. Me levantaba a las 5 de la mañana, entraba a las 6:30 en la universidad, me iba a las 14 y en el diario me quedaba hasta las 18 o 19.
Al final empezaron a darme unos manguitos... porque hice como 100 caricaturas para el anuario, todos me pedían una, y finalmente quedé. Luego trabajé en ‘Siete Días’ y, cuando nació el proyecto de ‘Tiempo Argentino’, me llamaron. Cuando cerró, Burzaco fue a El Cronista, me llamó y volví a entrar.



Me quedé hasta 2002, cuando decidí irme, porque me aterraba la idea de jubilarme como dibujante —no me preocupé, me ocupé—, y porque no estaba de acuerdo con la gente que lo había comprado.


Paralelamente me había volcado a mis ganas de hacer cine, un proceso inverso que hice al del dibujo. Yo había hecho cortos en Súper 8 a los 16 o 17 años, siempre también en forma autodidacta, pero en esa época no existía ni el 1% de los recursos que hay ahora. Por ejemplo, mandaba a revelar a Europa y tenía que esperar como cinco meses, algo que para un tipo como yo era terrible. Hice muchos cortos, pero me di cuenta, en esa época, de que yo quería trabajar como dibujante.
Cuando empezó este asunto de Internet y el VHS, me picó de nuevo el bichito y vislumbré eso, que no quería jubilarme en el diario como dibujante, veía a gente jubilándose, jubilándose... Ser caricaturista en un diario había sido mi sueño, pero fue muy fuerte lo que me empezó a pasar como cineasta.
Y sentí que el diario había perdido ya esa mística, y yo había perdido el entusiasmo que tenía cuando era pibe, un pibe que dibujaba como bestia en el diario y seguía dibujando en casa. Llegué a hacer ocho libros de dibujo, exposiciones, es increíble todo lo que pude hacer en tan corto tiempo.


Hubo épocas maravillosas, disfruté mucho trabajando con Jorge Fernández Díaz, por ejemplo.
Yo era un tipo que podía llegar a las 17 e irme a las 18:30, pero llegaba a las 13, tenía muchas ganas de ir, charlar con Jorge en el bar, proponer dibujos. Había mística —una palabra que a mí me encanta porque me parece maravillosa—: charlábamos, hablábamos de cine, éramos un grupo de gente que tenía la misma mirada sobre las cosas.

Lo único gracioso que recuerdo eran mis peleas con Eurnekian. Yo no tenía una buena relación con él, pero tampoco él conmigo. Me acuerdo que yo tenía un escritorio de madera, en uno de esos box que se compartían entre cuatro y a veces, con el cuter, lo rayaba. Eurnekian se ponía furioso, decía “este Perrone”, me trataba de “rebelde” y finalmente hizo poner un vidrio sobre el escritorio. Después le hicieron una nota en la revista Noticias y contó que le hizo poner a Perrone un vidrio sobre el escritorio.

Mucha gente del diario trabajó en mis películas, porque yo siempre buscaba gente que no hubiera trabajado en cine: el Negro Prone, Fernándo Alvarez, Carlos Algeri, Gustavo Aldana, Carlos Bartaburu. Y, para mi primer largometraje, que se llamó “Ángeles”, se hizo una vaquita, mucha gente puso plata para que yo pudiera participar en el Festival de cine de Montevideo, donde ganó el primer premio.

Nunca más dibujé después de que me fui de El Cronista. Y no fue lo único. Ese día, a la noche, me saqué el reloj, lo puse en la mesa de luz y tampoco volví a ponérmelo. Quedó con la hora en la que volví del diario.



Raúl Perrone fue ilustrador de El Cronista Comercial, actualmente es cineasta

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