2008-12-05

El diario me pertenece


De los 23 años que llevo trabajando en periodismo (vamos, no soy tan mayor, es que empecé muy chiquita), la mitad me los pasé en El Cronista.

El diario atravesó mi juventud, mis vísceras, mis vínculos, mis ideas, mis encantos, y mis desencantos.

Tanto tuvo y tiene que ver con mi historia, que por allí transitaron mis padres, mi hermana; allí coseché amigas entrañables que estoy segura lo serán toda mi vida; allí creció mi panza de madre enamorada, allí protesté, lloré, reí, crecí, aprendí.

En un principio tuve la fortuna de aprender el injustamente relegado oficio de corregir, para luego, definitivamente, irrumpir en la política internacional, sección desde donde viví acontecimientos que me hicieron sentir –humildemente- parte de la historia: la caída de algún muro, el derrumbe de un sistema, algunos actos de justicia, muchos de injusticia, impeachments, ilusiones de nuevos gobiernos, guerras, invasiones, acuerdos de paz, la esperanza de un mundo más justo, la decepción de que no…

El fin del apartheid sudafricano fue uno de los momentos más maravillosos que recuerdo haber acariciado desde el teclado. "Amandla Awethu" (¡El poder es nuestro!), exclamó entonces Nelson Mandela. Tipeé esas palabras y nunca más las olvidé.

Cada tanto vuelvo a mi baúl de cinc que hace las veces de archivo personal de aquellos años (no digitalizados, lamentablemente) y la verdad es que me encanta releer a aquella chiquilina irreverente que alguna vez escribió con bastante más osadía de la que ella era capaz de asimilar.

Es que si algo aprendí en el diario es que "uno no siempre puede decir lo que quiere, pero tiene el derecho de no decir jamás lo que no quiere". Y así fue, creo. Y me siento muy orgullosa de eso. No desparramé firmas, pero cuando puse el sello, fue porque sabía que nunca me avergonzaría haberlo hecho.

Tengo mucho que agradecer al diario. Me abrió oportunidades increíbles, tan increíbles que ni el mismo diario se enteró.

El diario (que es él y sus gentes) me enamoró, me enfureció, me sumó, me apartó, me volvió a seducir, me marcó la línea clara, definida, de lo que quiero y lo que no quiero ser.

Me albergó cuando era bisoña y explosiva y me despedí de él madura y altiva.

Lo extraño, como nunca creí que me iba a suceder, siendo que tantas veces, desde mi pequeño espacio de la calle Honduras, soñé con huir velozmente hacia otros rumbos.

Y en este preciso instante en que escribo estas líneas -robándole un tiempo precioso a un cierre en otra redacción donde ahora hago de las mías- vuelvo a palpitarlo. Y qué siento, ahora mismo, sin filtros, sin especulaciones literarias ni pretensiones políticamente correctas…

Siento que El Diario me pertenece (por sangre, por adopción, por usucapión o por un simple "achuchón") más que a ningún empresario que haya detentado su potestad ocasional, más que a ningún directivo que haya virado su línea editorial.

Retrospectivamente -tal vez demasiado más tarde que temprano- me doy cuenta de cuánto me he apoderado yo del diario, mucho más que el diario de mí…

María Cecilia Barro Gil (Sisí)
Editora de NGV Communications Group
María Cecilia es miembro de toda una familia que trabajó en el diario: el primero, Héctor, al que le siguió su mujer, Beba, y la hermana de Sisí, María Gabriela Barro Gil.