2011-06-29

Aquellos de la foto

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Épocas difíciles para el diario y para el país. Éramos un grupo laburador y divertido, nadie desentonaba. Sabía cada uno cuál era su función en el diario, y la llevaba adelante. Después, siempre había algún momento para la chacota. Recuerdo a todos los de la foto del 70, aunque faltan Pi de la Serna, el gallego Treviño, Carmencita Rivarola, Jorge Montoya, Roberto Fernandez Taboada, Humberto Católica (diagramador insignia), Silvia Ceretto, Cesar Magrini, Carlos Abalo, el legendario Lorenzo Molas y otros recordados compañeros. Es emocionante recordar esa época, que fue muy importante en mi vida personal y profesional. A todos los de la foto y a los que nombré, y a otros que lamentablemente ya no están entre nosotros, los llevo en mi memoria como queridos compañeros.


Julio Scaramella

Actual director de Comunicaciones de Aeropuertos Argentina 2000.

2011-02-25

El camino del exilio




Trabajé en ECC, en Alsina 547, en 1974, entre marzo y noviembre de ese año, como columnista de la sección internacional. Guardo con mucho cariño muchísimas de aquellas notas, prolijamente conservadas.
Tengo un recuerdo muy emocionado y lleno de gratitud para con Cacho Perrota, quien personalmente me estimuló ("indemnización" mediante) a que tomara el camino del exilio, al que marché a principios de noviembre de 1974 y del que volví en enero de 1984.

2010-12-26

Homenaje a Omar Andragnez


El “Gordo”, el “Negro”, “Omi” o simplemente “Omar”. Libriano, de allí su ecuanimidad, equilibio y búsqueda de justicia. Hincha de corazón de Quilmes, pero simpatizante riverplatense.


Familiero desde lo genes (surgido de una familia numerosa con varios hermanos), vivía por y para Ana (su esposa) y sus tres hijos. Amante del mar, del aire libre, de compartir tiempo con amigos. Calentón, vehemente, apasionado y gesticulador, defendía sus ideas y puntos de vista con firmeza. Como contraparte era simpático, entrador, cariñoso y afectuoso. Solía siempre tener un chiste a mano para alegrar las conversiones, pero no eran su fuerte los chistes en sí, si no su manera de contarlos. Muchas veces los mismos quedaban por la mitad al olvidarse Omi del remate final, lo que motivaba seguramente más carcajadas que las que hubiera proporcionado por sí solo. Compañero, amigo, siempre decía presente tanto en los buenos como en los malos momentos. Una palabra de aliento, un gesto, un abrazo reconfortante, para dar siempre en el momento indicado.


Cómo no ser tan querido. Su familia, sus amigos, sus compañeros nunca lo olvidaremos. Más de 20 años de carrera laboral en El Cronista Comercial (ECC), donde con Graciela Humenuk formaba la histórica dupla del Sector Cobranzas. Lo conocí un 3 o 4 de enero de 1995, cuando me citaron de ECC por la entrevista laboral. Había llegado temprano y el Contador Blanco, mi entrevistador, aún no había llegado. Me quedé parado ahí en el Administración, esperándolo. Y en ese momento apareció Omi, me saludó, se presentó y me invitó a tomar un café de máquina, cediéndome su tarjeta plástica de créditos de bebidas calientes. Fue la credencial de presentación de ese don de gente, que no se compra, que no se adquiere, con el que se nace o no. El Gordo lo tenía, excelente ser humano, una persona excepcional.


Por ese gesto y por muchos más, que se dieron a lo largo de 15 años de compartir horas de trabajo (y fuera delmismo también), y porque no por cierto parecido con mi viejo (no físicamente, pero sí por personalidad) yo lo llamaba mi “papá laboral”. Gordo, ayer, 25 de diciembre de 2010, te nos fuiste, así, sin avisar, de repente, en forma sorpresiva. Nunca te voy a olvidar Omi. Dejás en mi corazón hermosos e imborrables recuerdos. Te quiero Negro. Por suerte tuve la oportunidad de decírtelo en ese abrazo sentido que nos dimos hace apenas un mes, en el asado en la casa de Grá... Fuiste un tipazo, del que Ana y tus cachorros tienen que estar más que orgullosos. Hasta siempre AMIGO MIO!!!


Mariano Agostini

2010-08-22

El elenco de la leche


Anibal Maturi y alumnos
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Por experiencia más que por ideología, afirmo con frecuencia que nadie puede guardar recuerdos luminosos de alguna empresa, pero sí –regla sin excepciones- de los compañeros y del bar de la esquina o cercano a cualquier redacción con dignidad. Todos mis trabajos, incluidos casi nueve años en El Cronista, fueron, son y serán sólo eso: colegas y amigos.
En las desdichadas épocas de los 90, aunque el país se hundía con todo el apoyo del diario, corrían historias fascinantes que –casualmente o no- protagonizábamos un buen grupo de compañeros. Dos de aquellos sujetos poco recomendables (como uno) son hoy mis mejores amigos: Alberto Farina (“Fariña”) y Marcelo Fernández Bitar (“Vital”).
Con la memoria un poco desordenada, vayamos entonces -sin nostalgia y con felicidad- a aquellos momentos.

I: Olivia y el comisario

Por el apoyo de algunos ex compañeros del inolvidable Tiempo Argentino (Martín Warmerdam, Jorge Castro, Raúl Perrone, Norberto Beladrich) aparecí en la redacción de Alsina y comencé unas colaboraciones para después trabajar los fines de semana en Honduras. Luego, Castro (subdirector) me propuso incorporarme a la sección Internacionales.
Una de mis compañeras sería María Oliva ("Olivia"), cordobesa irrenunciable, de quien había padecido años atrás (justamente en Tiempo) los entretelones de su noviazgo, de sus tardes lujuriosas sorprendidas por la anciana madre, y los preparativos de su casamiento de apuro, según lenguas periodísticas. El futuro que me esperaba no era mejor: un embarazo completo y todo lo siguiente, como su mal humor, su ansiedad característica, que “la nena no me come” y que “cada día estoy más gorda”. Pero hubo algo peor: trabajé un mes, fui a cobrar y nadie tenía noticias de mí. Recorrí pasillos largos de Cablevisión, me topé con ineptos de 101 pisos de altura hasta que encontré el oasis de Jorge Marinovic (por entonces algo así como jefe de personal pero no tanto), quien me salvó la vida luego de sufrir juntos dos meses de burocracia eurnekianiana.

En esos 60 días de incertidumbre, Castro sonreía y balbuceaba: “Usted, señor Maturi, tiene la humildad de los grandes”.
Con mi vida solucionada y mi fe en el futuro continué trabajando. Fui a cobrar: “¿Cómo es tu nombre…? No, acá no hay nada para vos…”, y la recomendación fue ir a hablar con Antonio Caligiuri, nuevo jefe de personal. Como buen comisario retirado, el hombre jamás miraba a los ojos y su imagen daba escalofríos a algunas compañeras. “Está bien –me dijo- dejalo en mis manos…”. Me retiré con la convicción de que jamás vería un mango.
Al día siguiente, el ex uniformado miraba en otra dirección y me hacía señas para que entrara a su oficina. “Te solucioné todo”, anunció, y me dio un sobre con 400 pesos, casi el sueldo del cadete y la mitad del que percibían algunos pasantes. A punto de desfallecer, agradecí su gestión.
Esta tortura (al mes siguiente fui a cobrar y me preguntaron nuevamente cuál era mi nombre y qué hacía) duró más de un trimestre hasta que mi sueldo fue el normal y mi fama también. En esos días de vientos huracanados hubo un plus: “Ay, Maturito, ¿no me vas hasta la impresora que yo estoy muy cansada?, murmuraba unas 14 veces diarias mi compañera Olivia, con cara de cocker spaniel y las manos cruzadas en su panza enorme. ¡Qué lejos estaba de nuestro escritorio aquella impresora…!, y Castro reconocía: “Señor Maturi, usted es un héroe…y no me lo niegue”.

II: La hora de la leche


La reluciente y recién estrenada redacción de la calle Honduras era particular y distinta a cualquier otra: parecía un banco, una compañía de seguros, una oficina pública. Nadie gritaba, no había discusiones, las bromas parecían un sacrilegio. “Tenemos que terminar con esta payasada”, me propuso un día mi amigo Perrone. “Esto es insostenible”, le respondí, y empezamos a comportarnos como en una redacción. Inútiles y alcahuetes (que abundaban) nos miraban aterrorizados cuando gritábamos o armábamos polémicas alrededor de un tema cualquiera. "Si viene Eurnekián nos va a echar a todos…”. La respuesta de Perrone fue inapelable: “¿Por qué no te vas a recagar?”, interrogó con gesto asesino.
Mientras ineptos y alcahuetes quedaban al margen, todo empezó a normalizarse y la redacción comenzó a parecerlo. Tanto, que en la esquina misma de Honduras y Bonpland había un bar perfecto: lo atendían gallegos y era un bodegón acondicionado para atorrantes de nuestra jerarquía.


Una tarde, a eso de las 18, grité en dirección a Perrone y Martín Warmerdan, que conversaban por ahí: “Señores, me voy a tomar la leche”, y nos fuimos los tres. Al día siguiente, repetí la propuesta y se prendieron Alberto Farina, Marcelo Fernández Bitar, Antonio Birabent y Adrián Soria. Unos días después, Gedalio Tarasow (el último gaucho judío, amigazo de varias redacciones) se incorporó al grupo con Carlos Algeri.
Cuando llegaron Jorge Dubatti y Andrés Casak (el judío errante) la leche fue un acontecimiento masivo y diario. Entre las 17,30 y las 18, Fariña gritaba: “Lecheeeeeessss…”, y Vital confirmaba: “A la voz de aura…”. Todos marchábamos –en ocasiones nos colocábamos narices rojas de payasos compradas por Vital- hacia la esquina. Algunas miradas dudaban de nuestro estado mental y eso nos divertía enormemente.


III: La patronal fascista

Eran tiempos de cambios y como Castro aseguraba citando a su madre, todos eran para peor. No se sabía quién decidía tal o cual cosa, ni quién determinaba cuánto debía ganar uno u otro. El pasquín aparecía y nadie se explicaba cómo ni por qué y, mucho menos, quién lo compraba. Paralelamente a esta deriva incontrolable, la hora de la leche tomaba formas institucionales. Con los cambios sucesivos de gestión, llegaron lacras humanas (o casi) que no merece la pena recordar, cuya función era la alcahuetería y confeccionar listas de despidos. Entre otros, echaron a Vital, nuestro amigo y miembro fundador de la hora de la leche. Sin embargo, no lograron separarnos, porque al día siguiente Vital ya había encontrado trabajo y sólo unos metros más arriba: en Cablevisión, dentro del multimedio. El elenco de la leche continuaba intacto.



Los cambios continuaron siempre para peor. Casi a diario había rumores de despidos y nuevas listas negras, en las cuales –por fortuna- me encontré más de una vez.
Perdimos en esas épocas nefastas a algunos miembros de la hora de la leche que, ante la propuesta de retiro voluntario, lograron llegar a un “arreglo” de plata: Birabent encaró para su trabajo de cantautor y actor, Tarazow se dedicó a sus críticas de cine y programas de jazz, y Soria se puso al frente de una revista bailantera. Algeri tomó un destino incierto, y no supimos de él durante años.
En medio de estas tempestades, el elenco de la leche se volvió indestructible: Fariña, Vital, Dubatti, Perrone, Casak. Algunas veces, aparecía Birabent (en bicicleta) y se incorporaba a la mesa.
Los invitados especiales estaban prohibidos, pero las excepciones no. Por eso, se permitía ocasionalmente la presencia de Elena Moreira o alguno que otro compañero.



IV: No todo tan mal

Dentro del diario, en tanto, tenían éxito mis intentos de vivir tranquilo. Además de Olivia, era compañera de sección la “Señorita Sisi” (María Cecilia Barro Gil), y qué buenos recuerdos tengo de ella. Perseguidora implacable de hombres judíos, primero los capturaba y luego los sometía a sus bajos instintos para llegar –en ocasiones- al casamiento. Hasta el día de hoy, al pasar por los barrios de Once o Villa Crespo, puede arrojarse del colectivo en movimiento si cuatro o cinco personas no lo evitan. El contexto se presentaba favorable. Miguel Montefusco (“Montefiasco”) me divertía al pasar cantando cosas como “Corazón salvaje”, ante la posibilidad de que el cierre del día jamás se produjera. Trabajar con Reinaldo Toledo (“Bignone”) era cada día una sorpresa: manejaba negocios que iban desde el sonido para una bailanta hasta el diseño de una revista de Recoleta o la instalación de un locutorio en Quilmes. Por ese sector estaban Olga Hernández (siempre con un exordio feminista a mano) y el gran Charly, con quien intercambiamos películas de todas las épocas.
Con Cecilia Zárate (mezcla de telefonista y secretaria de Castro) había un enfrentamiento cotidiano cuando pretendía evitar que le robara a su jefe los diarios del escritorio. Ella jamás lo supo, pero mi triunfo fue absoluto. Recuerdo también largas charlas y que casi lloró cuando me fui del diario.
Largas charlas también, muchas de música y folklore en especial, manteníamos después del cierre con la telefonista-recepcionista, ex futura traumatóloga y difusora de chismes Celia Aballay. Directamente desde La Rioja y por sus conocimientos ancestrales indígenas fue mi curandera de cabecera. Aun hoy, no dudaría en consultarla. En otros temas, siempre tenía –inexplicablemente o no- una solución a mano.
Por la zona de Corrección abundaban los personajes: Alicia (armenia y jefa), con guardapolvo rojo para evitar las malas ondas; Claudia Sánchez (Jacinta Pichimahuida) con sus lecciones de sintaxis estricta, y el radical Julio Oriol, siempre visualizando conspiraciones cercanas.
En este ámbito, el terror de la era no logró asustarnos y la hora de la leche continuó en el bar del gallego Julio, atendido por el no gallego Miguel (perdidamente enamorado de la Moreira) y luego por el gallegazo Alfredo, con quien mucho tiempo después nos cruzamos por la calle y el abrazo emocionó a los dos. Su nobleza gallega ya me había puesto antes al borde de alguna lágrima: en una ocasión no tuve plata y, antes de la leche, fui a pedirle que me fiara por unos días. Alfredo estaba comiendo, a eso de las 3 y media de la tarde, en una mesa del bar. Después de mi pregunta enfureció en un idioma que mezclaba el argentino con el gallego: “Pero cómo vienes a decirme eso…, qué venís aquí a pedirme permiso, que vienes aquí todos los días…, y esta es tu casa y en la casa de uno no se pide permiso, y si querés venir a comer día y noche te sientas aquí y nada más…”, y remató: “Aquí vienes cuando quieras y no me jodas con nada…¿somos amigos o qué mierda…?

IV: El fin, pero sin ocaso

En aquella isla con resabios de bodegón de los años 30, las “leches” eran irrenunciables. Hubo días en que alguien faltó a trabajar, pero no a la esquina de Honduras y Bonpland a la hora señalada. Se hablaba y discutía de todo, casi siempre en joda permanente por motivos obvios: Dubatti daba charlas de teatro en los últimos arrabales y mencionaba localidades desconocidas para el más baqueano; Vital citaba a sus entrevistados justo allí y a veces se juntaban 2 o 3, mientras algún promotor de figuras rockeras hacía señas por el gran ventanal con una gacetilla; Fariña (uruguayo-argentino) mostraba su pánico ante la posibilidad del puente Buenos Aires-Colonia y un aluvión turístico; Casak (el judío errante), siempre con un CD abajo del brazo y con trabajos que hacían honor a su apodo: de aquí para allá y no se sabía dónde; Perrone, en busca permanente de elencos para sus películas filmadas en Ituzaingó, hablaba con personajes indefinibles y tan misteriosos como espías ingleses. A mí me decían “Petroccelli” porque la construcción de mi casa en el campo parecía eterna. Se burlaban además, sin piedad, de mis presentaciones como guitarrista flamenco.



En aquella época de esplendor, a principios del 98, Vital trajo la noticia: “Me llamaron de Perfil, porque van a sacar un diario…”, y como la propuesta era tentadora aceptó. Pudo venir algunas veces a la esquina, pero después fue imposible.
Un mes después, una mañana, me despertó su llamado: “Tenés que venirte para acá porque hace falta un editor y hay buena plata. Además, tenemos que tomar la leche”. También acepté, porque había allí, en Perfil, amigos muy queridos y todo pintaba perfecto, aunque desembocara en un desastre. Cuando di la noticia en la mesa del bar, Fariña preguntó: “¿Y qué va a pasar ahora con la leche…?”, a lo que Dubatti respondió con forzado tono teatral: “Es el fin, inevitablemente es el fin”.



Casualmente o no, aquellos encuentros que serían los finales fueron accidentados por ausencias, alguna gripe, alguna nota de urgencia y otros inconvenientes. Nunca supimos cuál fue la última vez que estuvimos todos juntos.

V: Olvidar, nunca

Vital y yo sufrimos la catástrofe del cierre del diario Perfil y tuvimos un tiempo de desocupados que nos permitió innumerables leches. También nos reunimos a cenar –como lo hacíamos los primeros jueves de cada mes- con Birabent y Tarasow. Tuvimos encuentros (Vital y yo) con Fariña y Casak, Dubatti, y con Perrone en su casa de Ituzaingó, donde habíamos inventado una variante de ping-pong que proponía correr alrededor de la mesa como unos boludos, pero ¡qué bien la pasábamos…!. Fariña llevaba a su vieja perra Movie, y Perrone temía un enfrentamiento canino con su otra vieja Caricatura. Todo continuaba con el mismo clima payasesco de siempre.
Desde aquella última leche en el bar de Julio (que nunca supimos cuándo fue) pasaron -hasta esta larga crónica de recuerdos- más de 12 años y casi 1 desde que Fariña se fue a vivir a otro barrio y por esos misterios del afecto sigue con nosotros. Con Vital, nuestros encuentros son sagrados y continuos. Con los demás del gran elenco estable siempre hay algún llamado, algún recuerdo, algún abrazo por la calle tan bienvenido como inesperado.
Birabent vino hace poco a una de mis clases de periodismo para que los chicos practicaran las técnicas de la entrevista. Antes, por supuesto, tomamos la leche. Sin nostalgias y con gran felicidad, nos repetimos: “¡Qué bien la pasábamos…!”, y siguieron unos segundos de silencio.


Aníbal Maturi


Aníbal Maturi fue redactor de la sección Internacionales de El Cronista desde 1990 hasta 1998. Antes de eso, trabajó en la sección Política. Actualmente es docente de periodismo y colabora en distintos medios.


Este texto sufrió pequeños, pero igualmente injustos recortes de censura. Puede pedir el todavía más sabroso original aquí

2010-02-18

Pasquini Durán, el adiós a una pluma clave del periodismo


Tras ser despedido el domingo por colegas y exponentes de diversos ámbitos de la cultura, ayer fueron cremados en el cementerio de la Chacarita los restos del periodista José María Pasquini Durán, quien murió el sábado a los 70 años.


Protagonista clave del periodismo argentino, Pasquini Durán cultivó su estilo de agudo analista en varias de las redacciones más recordadas del siglo pasado, como La Opinión y Panorama y le tocó también dar su sello a uno de los diarios más jóvenes del país, Página 12.


También trabajó en El Cronista Comercial en 1975, en una etapa muy especial de este medio, que reflejaba como pocos, en ese momento, el doloroso vaivén que viviría el país. Norberto Colominas, quien compartió con él la recordada sede del diario en la calle Alsina, cuenta que juntos disfrutaron de integrar una sección Cultura de lujo, encabezada nada menos que por Tito Cossa, Carlos Somigliana, Osvaldo Soriano, Andrés Rivera y Norberto Soares. Su paso por esa área fue previo a la estadía en lo que parecía ser su destino natural, la sección Política, aunque Colominas asegura que también Cultura “estaba muy politizada”, algo –destaca– natural de esos años.


Sin embargo, las vicisitudes del diario y del país hicieron que aprovechara un viaje profesional a Europa y la indemnización por el primer cambio de dueño de El Cronista Comercial –que debió ser vendido por la familia Perrotta–, para quedarse en el exilio.
Colominas, Somigliana, Cossa y Pasquini Durán habían trabajado juntos también en El Mundo y el recuerdo coincide con las opiniones que se dieron sobre el periodista en los últimos dos días. “Era un tipo de una inteligencia superior, brillante, con un sentido del humor muy fino”, dice Colominas.

Alberto Dearriba, quien también estuvo en la agitada y luego diezmada por la última dictadura militar redacción de El Cronista de los ‘70, compartió en cambio las páginas de Política del diario. “Lo recuerdo siempre como un tipo muy riguroso, muy honesto, muy comprometido con sus ideas, muy serio”, manifiesta. Unos años después, en pleno renacer del periodismo más crítico en la década del ‘80, lo vio llegar a Página 12 un par de años después de su lanzamiento, cuando Pasquini Durán se sumó para desempeñarse como Secretario General en el lugar que dejara Dearriba

Publicado en la sección Política de El Cronista Comercial el martes 16 de febrero de 2010

2009-10-30

Un día casi trágico



Entrada la noche, era un ritual compactar enormes pelotas con papel de teletipos, y jugar picaditos en la redacción, mientras alguno de "los enterradores de siempre" tecleaba las últimas palabras de una nota "importantísima" (jajaja), sin la cual no podía salir al día siguiente el diario.

Pero un día, todo pareció perdido. El gerente de Personal, Marchese, reveló en una reunión de Directorio, donde estaba el flamante dueño del diario, Eduardo Eurnekian: "Ustedes saben? Descubrí que en la redacción se juega a la pelota". Luego de la frase, hubo un silencio sepulcral.

Los asistentes, todos colorados. Nadie sabía qué decir. Hasta que la voz risueña de Juan Carlos de Pablo rompió el silencio: "Jajaja! ¿Recien te apiolaste? Porque yo también juego". Todo el mundo rió, y así siguieron los picaditos por mucho tiempo.

Alejandro Matvejczuk
Alejandro Matvejczuk trabajó en El Cronista Comercial en distintas etapas. Desde 1979 a 1980, en Mercados. Luego, entre 1980 y 1984 haciendo suplencias en vacaciones en Economia y de 1986 a 1990, en Finanzas. Más sobre los tradicionales "picaditos" en el recuerdo de Alejandro Rodríguez Diez.

2009-09-26

Qué tiempos aquellos!

A la derecha, Daniel Sticco en la redacción de El Cronista de
la década del ochenta y víctima de las bolas de papel. Haga
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Fue mi primera experiencia como periodista, dado que venía, sin dejarla, de una consultora: Tendencias Económicas, en la que ejercía la actividad de consultor de empresas y analista de la coyuntura, con claro énfasis en la economía real y, en menor medida, los mercados financieros. Mi ingreso a El Cronista Comercial en diciembre de 1984 surgió por la búsqueda de Juan Carlos de Pablo de un seguidor de la city financiera y que tuviera capacidad para interpretar las circulares y el balance del Banco Central. ¡Esa era mi tarea!. “Un par de horas, pibe, hacés mercados, esperás las circulares y te vas”, palabras más, palabras menos, me había dicho “el economista más grande de la Argentina”, no sé si apareció alguien más alto y con el peso de él.

Confieso que el shock inicial fue muy grande!, como bien recuerda el Negro Clauso, en esos tiempos más que una redacción era ir al “Club de los 80”. ¡¡Qué picadas!! y ¡¡cabeza a cabeza!! que se armaba cuando los jefes iban a otro piso, no recuerdo si era el tercero, porque de eso no me ocupaba, a la reunión de cierre. Nada que ver con el ambiente formal y la rutina de una consultora económica que era todo lo que llevaba en mis alforjas. Tan era así, que en mi metodicidad -siempre llegaba a las 18.30, aunque lloviera, con parte de la nota de mercados preparada en la consultora-, y previo paso los jueves por la casa de video para alquilar tres o cuatro películas hasta el domingo para mis tres hijos (nunca una porno, o de alto vuelo, todo para los “piojitos” me decía repetidamente Daniel Della Costa), que un día alguien se había quedado haciendo de campana en una de las ventanas que daban a la calle Alsina para dar la señal de mi llegada, calcular el cierre de la puerta del ascensor y, al abrir la puerta de la redacción disparar toda la munición de bolas de papel contra mi humanidad, como lo refleja con nitidez la foto que con celo guarda el Negro y del cual conservo también con gran cariño una copia.

Eran los tiempos en los que ya se trabajaba con unas máquinas que no disponían de autograbación y sólo se podía avisar a los correctores que tomaran la nota cuando estaba lista. El problema era que si caía un pelotazo sobre una de las teclas en el medio de la escritura ¡alpiste!, perdías todo. ¡Qué bronca! Pero era parte de la bohemia con la que se trabaja y por tanto no valía enojarse.

Ese clima distendido, tan contrario a la formalidad de la consultora, me fue atrapando y, como economista de profesión, rápidamente pasé de hacer los mercados financieros y Banco Central, a hacer entrevistas, escribir sobre comercio exterior, el PBI, la inflación, etc., etc. Rápidamente, mis dos horas iniciales se transformaron en la norma del periodista: saber cuándo se entra al laburo pero no cuando se va!

Y así fue como empecé a adquirir algunas habilidades de cronista. Pero seis meses habían sido muy pocos para que aprendiera a “vender” una noticia bomba, la cual advertí como tal “el día siguiente”, al ver una de las tapas que se transformaron en un hito para Ámbito: El plan Austral…
Ese día una fuente altamente confiable para mí del entonces Banco de Crédito Rural me llamó a la consultora y me dijo: “Pasá por la puerta del banco, a las seis, tengo algo muy fuerte, mañana va a ser la tapa del diario, te espero abajo”. Se trataba nada más y nada menos de ese plan con el que Alfonsín y Sourrouille intentaron quebrar la inercia de mega inflación, con la aplicación de una tabla de desagio, el cambio del signo monetario con la eliminación de ceros, etc., etc., etc. Claro, tan descabellada y hermética era la iniciativa que los jefes y De Pablo no se atrevieron a darle crédito, seguramente porque no había logrado el grado de detalle que después se vio tenía la competencia, y sólo atinaron a hacer una mención irónica en tapa y una nota secundaria en alguna de las páginas financieras.
No me digusté, ni bajé los brazos, seguí adelante, y cada vez dedicándole más horas a la redacción, sin abandonar la consultora, hasta que el 14 de octubre de 1987 dije: "¡Basta!" Ese día, el presidente del Banco Central, José Luis Machinea y uno de sus directores, Mario Vicens, no tuvieron mejor ocurrencia que anunciar a las diez de la noche que convocaban a una reunión de prensa a la medianoche con editores de finanzas y economía para explicar los lineamientos del Plan Primavera!, volvía a casa a las tres de la matina y al día siguiente me tenía que levantar a las 7 para llevar a los chicos al cole y seguir para la consultora… Entonces, reflexioné y me di cuenta que no sólo había dejado a mi señora colgada en el día de su cumpleaños por indescifrables circulares del Banco Central, sino también el crecimiento de mis hijos, simplemente por tener “capacidad de ahorro”.
Pero ya el “bicho del periodista” había prendido y fue así que en 1998 el Negro Clauso me llamó para cubrir la vacante que dejaba el otro Negro, Rosales, al frente de Economía del BAE. Desde entonces dejé la consultora y me aboqué a full a esta profesión, aunque siempre dominado por los números de la economía y las finanzas. Ahora estoy en el portal de Infobae y desde hace ocho años acompaño a otro ex Cronista, Claudio Chiaruttini, en 'Sin Saco y Sin Corbata', los domingos de 10 a 13, por Radio América.

Daniel Sticco
Como dice en su recuerdo, Daniel Sticco trabajó en El Cronista Comercial entre diciembre de 1984 hasta octubre de 1987. Actualmente escribe en Infobae y participa en el programa radial Sin Saco y Sin Corbata.


2009-09-21

Los seminarios



A inicios de 2004 ingresé al por entonces Grupo Recoletos con el objetivo de desarrollar una nueva unidad de negocios dirgida a la producción de seminarios corporativos. Por un lado, trataríamos de convertir acciones de marketing de El Cronista y las revistas en eventos con sponsors. Y, por otro, queríamos desarrollar una nueva línea de producto con eventos más chicos con temarios enfocados en problemáticas de áreas funcionales, invitando a académicos, analistas, consultores y funcionarios de empresas de prímera línea.

Fue una época muy linda profesionalmente, donde tuve la suerte de conocer y trabajar junto a un grupo de profesionales de primera como José Del Río, Hernán De Goñi, Bruno Massare y Jorge Sosa, por mencionar solo algunos del lado periodístico de la empresa. La incipiente unidad se llamó Recoletos Conferencias y rápidamente emergió como un negocio rentable que en 12 meses llegó a facturar más que las revistas Apertura e Information Technology.

El trabajo en Recoletos Conferencias era febril – hicimos 32 seminarios en el primer año – y trabajamos largas horas en la preparación de contenidos y la logística de cada evento. Hubo momentos muy destacados, como el Seminario sobre el cierre de la negociación de la Deuda junto al ministro Lavagna, el secretario Nielsen, sus colaboradores y los bancos participantes.

También convertimos en un evento de magnitud al Premio al CIO del Año de Information Technology, que hoy sigue vigente, con reconocimiento de los CIOs y de los sponsors de la industria de IT. Realizamos el Primer Premio a la Responsabilidad Social Empresaria de la mano del World Economic Forum y las empresas argentinas que son miembros de esta prestigiosa institución; así como el premio al Ejecutivo del Año con el asesoramiento del headhunter Heidrick & Strugles.

Y mucho más….. que no hubiera sido posible sin el trabajo en equipo con gente del area comercial del diario y las revistas (Carlos Mallo Leiva, Sebastián Pereyra, Silvia Ramos Mejía), del area de Finanzas (Francisco Leonardo), en Marketing (Sebastián de Elizalde) y por supuesto con muchísimos periodistas y colaboradores que aportaron ideas y críticas para que podamos ir mejorando día a día.

Destaco de ese período (2004-2005) el desarrollo de nuevos productos editoriales y de la consolidación de un equipo de jóvenes y muy profesionales periodistas que armó un diario objetivo con información de calidad y opiniones fundadas en datos.


Les mando a todos un gran saludo y seguimos en contacto.

Carlos María Meira
Carlos Meira fue gerente de Recoletos Conferencias entre mayo de 2004 y noviembre de 2005,
actualmente es director de la Unidad de Negocios Information Worker para Argentina y Uruguay de Microsoft